Panamá. Un teatro dentro de una casa. Pensamiento creativo y convivencia. ¿Se puede aprender viviendo?

11196225_633835730085514_3647358856079424368_n

Una que otra cosa

La primera vez que mis hijas hablaron hubo llantos, sonrisas y confusiones en Jacarandá. En la escuela llevaban casi 300 días esperando que ocurriese este acto tan natural, como pareciera ser el hablar, pero no sucedía. Mis hijas, unas gemelas de pelo rizado que cantan desde niñas el coro mundial de la Trevi «me gusta andar con el pelo suelto», no decían absolutamente nada. Llegaban, hacían sus tareas, participaban en las actividades tímidamente, pero nada de comunicación. «Qué arrogantes que me salieron», me decía una que otra vez. Hasta que un día, Samantha, «la mayor», se dibujó asustada en medio del salón y me dijo: «me da miedo».

Antes de hablar, Alejandra, la menor, o la que salió segunda de la barriga de su madre (su madre: Luz, una comunicadora para la sociedad, estudiante en un master en Bellas Artes) dijo una que otra cosa a la oreja de su maestra, pero hasta allí. El mutismo estaba presente y las causas podían ser muchas: sus padres, el entorno, los cambios de residencia, el pasado en escuelas dictatoriales… En fin. El abanico era amplio. «Mona», María Isabel Borrero (una psicóloga freudiana, artista plástica, fundadora de la escuela) nos dijo en su oficina: «hay que darles tiempo». Y así sucedió. A mis hijas nunca las presionaron, nunca las obligaron a decir nada, nunca se les hicieron críticas. La iniciativa partía de respetarlas, y que ellas decidiesen cuándo ocurriría. Obviamente, tener a dos gemelas sin hablar en clases era muy frustrante, sobre todo para la maestra (una joven española, que hace triatlón, con unos meses en el país), a quien el caso acompañaba hasta las cenas en su casa.

20150902_100707

 

La mañana en que hablaron, cantaron. Existe un video del momento hecho por una maestra. Cuando llegamos a la escuela, eran la noticia. Mona estaba de pie, explicaba apasionada y sorprendida, cómo había ocurrido. Fue tan natural, como lo es el acto mismo de hablar. Primero, en un ritual; luego, en el comedor. Estaban todos allí, y Mona las puso a prueba con esas preguntas profundas que suele realizar a los niños. Sucedió lo que anhelábamos… ¡Y no han parado todavía! Es, en definitiva, una noticia hermosa para sus padres. Pero para María Isabel Borrero es otro asunto: es una prueba de que su modelo funciona, de que su escuela (alternativa, innovadora, como queramos llamarle) soluciona situaciones complejas, en un ambiente que no deja de ser de diversión total.

IMG_4687

Un teatro rodeado de aulas, ahorita: en una casa

Jacarandá no es una escuela, para empezar. Es una casa. Una casa de tres plantas donde antes vivían militares de Estados Unidos en Panamá. Pero no es cualquier casa. Es un teatro y está pensado en todos los rincones para proponer un escenario integral y creativo en el aprendizaje de niños y niñas. Abajo están los más pequeños, a los que se les dificulta subir solos las escaleras que llevan a la segunda planta, donde está el teatro. En la tercera planta, los más grandes, que sí pueden subir y bajar escaleras sin problemas.

1900480_616523918483362_6932837589131694129_o

María Isabel sueña con tener un teatro rodeado por aulas. ¡Ahorita lo tiene!, pero dentro de una casa. Este teatro es el soporte del peso pedagógico. Jacarandá desarrolla proyectos que incluyen el teatro y la literatura. Sus estudiantes atraviesan un cuento durante un mes y lo desarman con sus maestros, que hacen de guías y asistentes. Cada semana planifican jornadas de asombro para los niños que están involucrados en la magia de la literatura infantil. En estos días, por ejemplo, estudian a una niña indígena que se volverá la cacique de la comunidad y está preocupada por la falta de agua en los ríos. El cuento se llama La Niña Beli, y esta mañana mis hijas jugaron a ser ella. Con esa idea discuten ciencias, artes, físicas, culturas, historia, matemáticas, lenguajes, vínculos ambientales y convivencia, entre otros conceptos. Antes de eso, exploraron la historia del Patito Feo y durante varias semanas estuve discutiendo con mis hijas aquella ambigüedad del término «feo». Estos cuentos se desarrollan en la casa y en el exterior. El modelo se complementa con paseos semanales que giran alrededor del cuento y que funcionan, como diría Freinet, para aprender de la vida.

Es un teatro y está pensado en todos los rincones para proponer un escenario integral y creativo en el aprendizaje de niños y niñas.

En una oportunidad, participé en una reunión con sus maestras. (En Jacarandá no trabaja ningún hombre.) Así que ahí estaban todas ellas, mujeres de múltiples nacionalidades (colombianas, italianas, españolas, panameñas) desarmando el cuento del patito. De allí surgió la idea de construir una granja en la casa. Se consiguieron unos pollos y unos patos. La granja se convirtió en una sensación y los niños cuidan a sus animales aún hoy.

12072684_691250511010702_287239940073199122_n

 

Pintar fuera del boceto

Oficialmente, Jacarandá tiene 5 años. Atiende desde párvulos hasta el segundo grado. Pero el proyecto nació hace más de una década, a partir de un cuestionamiento profesional. María Isabel, según me ha dicho, creía que se necesitaba más de una hora de consulta en despacho para ayudar a un niño. Era mejor tener una escuela sobre qué trabajar, y así fomentar un modelo integral que incluyese el auto-conocimiento como herramienta de trabajo. «Aquí los niños nos enseñan», me dijo una maestra un día. Hay niños de Finlandia, de Canadá, de Estados Unidos, de Panamá, de Alemania, de Colombia, de España, de Argentina, que los puedes ver sin camisas en los salones y jugando en cualquier lugar de la casa. Mona tiene en su despacho un sillón rojo de esos que usan los psicólogos. Allí he visto a niños conversando con ella en una ambiente de cordialidad tremendo.

DSC_0090

María Isabel cree que el niño es mágico y supremo. Que su crecimiento puede ser autónomo, que puede aprender a leer cuando quiera, junto a otras múltiples cosas. Es innecesario cargarlo de obligaciones, dice Mona, prefiriendo el juego, al que ha convertido en ley en la casa: que hagan arte, danza, yoga todas las semanas; que canten, pinten, jueguen; que se mojen en la lluvia, que interactúen con el mundo que los rodea.

En Jacarandá no se califica; se entregan informes de logros personales: que si mejoró sus relaciones humanas, que si le gustó dibujar, que si manifestó interés en tal experimento… María Isabel cree que Jacarandá es una escuela que ayudará al niño a enfrentar sin sobresaltos el mundo de cambios y desequilibrios en el que vivimos. Ese mundo «líquido» del que habla Bauman. Por eso, si los niños están concentrados pintando dentro de un boceto, esta colombiana rubia, tan fanática del cine y de la literatura como de pedagogías alternativas, les dice pinten fuera del boceto. Entonces, esos niños y niñas que llevaban un tiempo concentrados, tienen que replantearse y hacerse preguntas. A Mona le fascinan las preguntas, y los debates de adultos llegan a sus salones. Se puede hablar de la perdida de un ser querido, o de un acto heroico y honesto. «En Jacarandá», dijo un día un padre, a propósito de una reunión de acudientes, «es escuela o pereza».

11120519_627170447418709_7051953861849957162_n

Jacarandá es un árbol de Sudamérica que florece una vez al año con flores moradas. María Isabel le guarda un especial afecto por un suceso personal que coincidió con ese alumbramiento natural. A ese árbol, que para ella representa el ciclo de la vida, ese andar y caminar, tropezar y renacer y volver a vivir…, lo lleva también en el pecho en un collar. Cuando llegas a la casa, un letrero te dice Jacarandá. En las paredes de la casa hay dibujados árboles con flores. Hace unos días, Mona me dijo que tiene algunos sembrados en el jardín. Y es aquí, en este árbol, en esta casa, en este teatro, donde una “Mona” lleva adelante un proyecto pedagógico de vanguardia, un proyecto que tiene a mis hijas riéndose, soñando, divirtiéndose y, sobre todo, hablando.