Antiguo profesor universitario y pastor de cabras, el anti-pedagogo y autor de “El educador mercenario”, “El irresponsable” y “Dulce Leviatán”, entre muchos otros, Pedro García Olivo estuvo en la Semana Internacional de las Educaciones Alternativas en Bogotá.

Los carteles desde el Jardín Botánico de Bogotá guiaban la ruta hacia el segundo día del Encuentro Latinoamericano, el sábado 29 de agosto en el Colegio Instituto Técnico Industrial “Francisco José de Caldas”. Mientras caminaba me encontré a María Gabriela Albuja, del pueblo saraguro de Ecuador, con quien había compartido una bella experiencia en Sumapaz hacía unos días, y quien salía del colegio rodeada de varias personas. Los grupos que se habían formado buscaban un lugar para reunirse, fuera de las aulas y los recintos escolares, aprovechando el sol de la mañana, que nos acompañaría hasta el atardecer.

Pedro García Olivo

Pedro García Olivo

Mientras me inscribía en la entrada y pensaba a cuál de los conversatorios unirme, divisé otra procesión, entre quienes distinguí a Pedro García Olivo y algunas compañeras del equipo organizador de la “Semana de la Educación Alternativa” (SEA). Pregunté “¿qué grupo es éste?”, y alguien respondió: “Espacio de la No Participación Respetuosa”. Los seguí. No podía sentirme más a gusto.

Encontramos un árbol que daba una amplia sombra y nos sentamos junto a él. A pocos metros había otro círculo de personas. No quería sacar mi libreta y empezar a tomar notas desaforadamente, como tiendo a hacer siempre. Aunque supe que terminaría escribiendo sobre ese momento, opté por escuchar, sólo eso. De alguna forma presentí que quedaría impregnado en mi memoria.

Retazos de palabras

Poco a poco las personas comenzaron a compartir sus experiencias, desde la comunidad Taoísta de Santander, pasando por familias que educan sin escuela, miembros de comunidades indígenas, profesores de colegios públicos y estudiantes universitarios. Tornó hacia una conversación múltiple, en la que Pedro no era el centro de atención permanente; estaba allí, entre nosotros, como un ser humano más que escuchaba, formulaba preguntas y guardaba silencios. Por supuesto, durante algunos instantes, todo se volcaba hacia él; la gente sentía la necesidad de interrogar a un hombre, doctor en Filosofía y Letras, ex-profesor, que lo abandonó todo para recluirse en su guarida de alguna aldea de Valencia. Un hombre que vive de su huerto, que escribe libros que luego comparte en su blog o envía por correo a quienes lo deseen, aunque las editoriales los publiquen. Un hombre que no recibe ninguna clase de salario y se rehúsa a entrar en el juego de los derechos de autor.

Personalmente, lo que más me impactó de Pedro es su postura radical frente a la escuela y el trabajo. Rechaza toda forma de escuela. La que sea. Libre, democrática, montessoriana, holística. De hecho, se declara “enemigo de la escuela por amor a la educación”. Y según él, la escuela no es más que la manera de preparar a las personas para ingresar irremediablemente al mercado laboral; no es más que una forma de separar a los niños de sus padres, para que vayan a trabajar, y así perpetuar la cadena de subordinación y obediencia.

Encuentro de la No participación respetuosa

Encuentro de la No participación respetuosa

En algún instante de la conversación, se acercó José María Vacacella, esposo de María Gabriela, y tras un largo silencio habló, entre otras cosas, sobre lo feliz que había sido hasta los siete años, edad en que lo obligaron a ir a la escuela, donde se sentía burlado y prisionero. Fue allí cuando empezó a avergonzarse de sus padres. “Cuando me preguntaban ‘¿quién viene allá?’, o ‘¿conoces a esas personas?’, yo les decía ‘no, no sé quiénes son'”.

Recordé entonces que yo también sentía vergüenza por mi madre cuando iba al colegio; ella se veía tan distinta a los demás, una mujer con el cabello largo, colmado de trenzas, ropa teñida, mochila y collares de semillas. Y, al igual que José María, cargo con ese dolor hasta el día de hoy.

Se había sumado también la profesora argentina Velia Blanco, que antes de seguir su camino, dejó en el aire versos de José María Arguedas, Antonio Machado y Rafael Alberti, recitados a petición de varios de nosotros, y haciendo caso al llamado de Susana Rojas, parte del equipo organizador, que manifestó: “este es un conversatorio libre y seguimos hablando de educación; podemos hablar de otras cosas”. Pocas veces he oído poemas recitados con tanta dulzura; la dulzura de una abuela con el pelo completamente blanco y los labios rojos… Aquí uno de ellos:

Peñaranda de Duero
¿Por qué me miras tan serio, carretero?
Tienes cuatro mulas tordas,
un caballo delantero,
un carro de ruedas verdes,
y la carretera toda
para ti,
carretero.
¿Qué más quieres?

(Rafael Alberti)

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Sintetizando

 

Entre tanto, se iban acumulando ideas y emociones que hormigueaban en mi pecho; quizá el acto de Velia y la confesión de José María me habían dado los ánimos suficientes para hablar. Ese temblor de corazón (al que poco le hago caso), siempre me hace saber que es hora de decir algo, no como un deber, sino como una urgencia de aliviar el cuerpo, aligerar la cabeza y el espíritu. Desde que empecé a saber de Pedro García Olivo, lo he relacionado de inmediato con mi madre, y ahora yo estaba ahí, frente a él: debía aprovechar la ocasión para hacérselo saber. Le dije que él me recordaba a mi madre, nuestra madre. Que ella había decidido no trabajar. Nunca. Ni siquiera se graduó de su carrera, Filosofía y Letras, porque ningún profesor quiso trabajar la tesis del autor que ella proponía, el sucreño Giovanni Quessep, por quien dio con mi nombre, Violeta, palabra y personaje de sus poemas. (Aclaro que mi narración fue mucho más escueta de lo que aparece aquí, pero, mientras escribo, es inevitable brindar detalles.)

“¿Qué habría sido de mí, de nosotras, sin el colegio, que me dolió tanto?”

Conté, no sin nerviosismo, que mi hermana gemela y yo vivimos su ausencia desde los 10 años, teniendo que vivir con otros familiares hasta que cada una tomó su propio rumbo. Por otra parte, mencioné que ella no nos habría enviado al colegio de no ser por la presión de mi abuela. Mientras mi madre nos fabricaba y teñía la ropa, mi abuela y mi tía nos vestían con vestidos y zapatos de charol; mientras mi madre nos dejaba el cabello largo y suelto, el día menos pensado llegábamos a casa con un peinado corto de capul. Ahora creo que cedió muy fácilmente a las imposiciones de la familia… ¿Qué habría sido de mí, de nosotras, sin el colegio, que me dolió tanto? ¿Cómo habría sido la vida junto a ella?

Escuchando

 

En fin, todo vuelve de vez en cuando para ver si ya lo comprendemos. Como dije esa mañana, después de los treinta años, entiendo más a mi madre, aunque no por completo. Y también he comenzado a perdonarla. Y terminé diciendo: “sin embargo, crecer (o no crecer) con una persona así es doloroso”.

Para Pedro fue toda una sorpresa este relato. Más tarde dijo: “me parece muy interesante el caso de Beatriz, tu madre: optar por no trabajar, salir de tajo del sistema”. Según él, no es coherente ganar dinero de tu lucha, cualquiera que ésta sea. Pero, ¿qué hay de los hijos? ¿Los que vivimos en carne propia una decisión como ésta?

El círculo se disolvió para el almuerzo y nos acercamos a Pedro. Nos contó, a mi hermana y a mí, que él había vivido con su hijo y lo había sostenido solo hasta que cumplió 18 años, que en aquel entonces aún tenía algún sentido de la responsabilidad.

“Aspiro a poder declararme algún día ‘felizmente irresponsable de todos mis actos’… La ‘irresponsabilidad’ consciente de sí misma, orgullosa de sí, desata, libera, disgrega, complica, estorba, asusta, huye y ayuda a escapar.”

En una entrevista, unos días después leí: “Aspiro a poder declararme algún día ‘felizmente irresponsable de todos mis actos’… La ‘irresponsabilidad’ consciente de sí misma, orgullosa de sí, desata, libera, disgrega, complica, estorba, asusta, huye y ayuda a escapar. Sólo en la ‘irresponsabilidad’ habita hoy, como en un atentado contra todo orden social, el peligro y la disidencia de fondo, la insumisión abisal, el “buen diablo” de la rebeldía insobornable”.

Y hay más: “¿Cómo responder de mis actos si desconozco a casi todos los hombres que soy (esa pluralidad contradictoria que me constituye), si mi subjetividad es un conflicto y un devenir, un descentramiento y una dispersión radicales…?”

Esto último, en particular, me deja perpleja. Y como siempre que nos topamos con alguien tan radical, queda mucho por digerir; acaso formarnos una opinión que, seguramente, seguirá cambiando con el tiempo para volver a encallar en un punto de incertidumbre.

Ya entrada la noche, en el cierre de la SEA, lo encontramos afuera del Jardín, lejos del barullo del concierto, donde nos despedimos con una sonrisa y un abrazo.

Un viaje fuera de la escuela

Un viaje fuera de la escuela