Eduard Comas, activista de Reevo, sigue su viaje por América del Sur. Recientemente estuvo llevando adelante un voluntariado en la Comunidad Educativa Flor de Montaña, en Samaipata, Bolivia. En esta crónica nos cuenta sobre dicha iniciativa y su experiencias en su estadía de mas de un mes.

Tal y como sucede a menudo en la era actual de la tecnología y la sobreinformación, esta historia comenzó navegando por el infinito mundo de internet. En aquél entonces ya ejercitaba como colaborador de Reevo y había despertado mi curiosidad en visitar algunos proyectos de educación alternativa que pudieran encontrarse cerca de mi camino a lo largo de este viaje por el cono sur de América.

Si no me engaña la memoria, era noviembre del año pasado cuando tuve mi primer contacto cibernético con la Comunidad Educativa Flor de Montaña, ubicada en Samaipata, al suroeste del departamento de Santa Cruz, Bolivia. En aquellas fechas yo todavía estaba en Chile pero desde allí vi un par de vídeos hermosos que ustedes mismos pueden conocer en esta misma publicación.

Luego, a través de las redes sociales, supe que estaban buscando profesores para el nuevo curso que empezaría en febrero. Creí conveniente proponerles un voluntariado para poder acercarme a su caso y su experiencia. Neda, la actual directora de la escuela, después de hablarlo con el resto del equipo directivo (representantes de la asociación que ejecuta el proyecto y miembros de la comunidad educativa) me informó que habían aceptado mi participación. Luego terminaríamos concretándola entre los meses de mayo y junio.

Así pues, un domingo de finales de abril, a 1.640 metros sobre el nivel del mar, entre verdes montañas de las estribaciones finales de la Cordillera Oriental de los Andes, me recibía este pintoresco y acogedor pueblo. Con su clima benigno y su entorno natural privilegiado, Samaipata se ha convertido en un importante sitio vacacional, especialmente conocido por el monumento rupestre prehispánico más grande del continente: el centro ceremonial El Fuerte, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1998.

Samaipata hoy

Los samaipateños tienen fama de ser gente tranquila y sencilla, afortunados de vivir una primavera casi eterna, respirando aire limpio, gozando de una luz radiante y cielos diáfanos. Sin embargo, este lugar -cuyo nombre significa descanso en las alturas en idioma quechua-, ha sido desde tiempos pretéritos un punto de encuentro cultural y ecológico entre altiplano, llanos orientales y zonas de influencia amazónica o chaqueña. Entonces, tiene también su complejidad y requiere de una doble o triple lectura para ser comprendido mínimamente, especialmente para alguien que, como yo, proviene de una realidad tan distante a la boliviana.

Panorámica de Samaipata

Panorámica de Samaipata

Hace más o menos dos décadas que, en Samaipata, empezaron a llegar muchos extranjeros provenientes de Europa o América del Norte. También se fueron asentando poco a poco algunos pobladores llegados de otras partes del mismo país (como La Paz, Cochabamba o el departamento del Beni). El potencial turístico del pueblo fue creciendo progresivamente, pues se abrieron agencias, bares, restaurantes, hospedajes y pequeños negocios familiares. A día de hoy, también es considerable la cantidad de granjas o fincas orgánicas que reciben voluntarios para avanzar en tareas relacionadas con la bioconstrucción y la agroecología. De forma paralela, una parte importante de la gente samaipateña, empezó a abandonar el lugar e instalarse en Santa Cruz u otros puntos de Bolivia.

Con esta curiosa dinámica social y económica todavía vigente, en este contexto donde conviven más de treinta nacionalidades distintas y que, seguro, debería de ser detallado más minuciosamente, se engendra Flor de Montaña, lugar de fusión, encuentro y convivencia intercultural.

La semilla de la Flor de Montaña

Aunque la inquietud de hacer posible una educación diferente en el municipio viene de bastante antes y existen algunas experiencias previas, podríamos situar el origen de la escuela en LiverArte, una iniciativa personal de impulsar talleres en horario extraescolar con la intención de complementar aquello que l@s niñ@s recibían en la escuela del municipio. Se ofertaban cursos de musicoterapia, cerámica, arte, cuentacuentos… En marzo de 2012, la propuesta empieza a ir más allá y son cuatro las familias que se constituyen como Asociación Flor de Montaña, compartiendo una visión crítica del modelo implementado en la mayoría de centros educativos. Deciden, pues, ampliar y mejorar el abanico de talleres ofertados. “No nos bastaba con criticar, sentíamos que debíamos movernos y hacer algo”, me comenta Neda.

En noviembre del mismo año, dichas familias plantearon al conjunto de la población de Samaipata un proyecto mucho más ambicioso: presentaron sus estatutos y su reglamento para engendrar un nuevo espacio educativo, explicando un poco su filosofía basada en el desarrollo personal, su visión del proceso de educación-aprendizaje, su intención de convertirse en un lugar de formación para todos, acercándose a pedagogías como la Educación en valores de Sathya Sai Baba, la antroposofía o la Pedagogía 3000. La respuesta del público asistente fue sorprendentemente positiva y, en febrero de 2013, todos los interesados se constituyeron definitivamente como Comunidad Educativa Flor de Montaña.

“Había gente que proponía avanzar poco a poco, sin prisas, pero otros eran partidarios de aprovechar el entusiasmo que había en la gente para materializar el proyecto”, me cuenta Borja, uno de los padres. Se pensaba empezar con algo pequeño y utilizar las casas de las familias comprometidas para poder impartir las clases, pero finalmente el primer curso llegó con mucho más de lo previsto: se encontró un terreno en alquiler que se tuvo que adaptar con mucho trabajo y además se atendieron, ya de entrada, los tres niveles (inicial, primaria y secundaria) con un total aproximado de 50 niñ@s. Esto fue posible gracias a los fuertes lazos humanos -basados en la confianza- que se trazaron desde el comienzo.

El apthapi

El apthapi (compartir en quechua), donde cada niñ@ lleva alguna fruta o alimento natural/artesanal en cantidad suficiente para después ponerlo todo en común y comer juntos

Según Neda, hubo una ardua tarea de desestructuración, desaprendizaje y control de los egos para poder llegar a consensos y tomar decisiones. Sin embargo, el tipo de personas que se acercó a la iniciativa, en general, ya habían trabajado el desapego. Ésto facilitó mucho las cosas. Y añade: “Sabiendo que el 98% de los estudiantes samaipateños no llegan a la universidad, conociendo la desmotivación con la que éstos van a la escuela y las dificultades de movilización de las familias que viven en el campo, nuestra idea para el futuro es la de un internado autosostenible donde participen entre 200 y 300 estudiantes, teniendo donde comer y donde dormir, recibiendo formación en agroecología, medicina tradicional o ecoturismo. Sin embargo, este horizonte queda todavía muy lejano.”

Diferentes personalidades reconocidas han pasado por Flor de Montaña: es el caso de Noemí Paymal o el pedagogo suizo Marcel Bösch, defensor de las Matemáticas Activas y las Escuelas Democráticas; además se han organizado actividades para los padres y maestros sobre Pedagogía en Valores y un seminario Waldorf.

Pregunto a la directora sobre el momento actual: “No tenemos mucho pero todo va llegando. Las cosas van fluyendo. Y el desafío más gigante lo tenemos en el trabajo espiritual. No hay comunidad que se sostenga en el tiempo sin un fundamento espiritual.”

Aunque el proceso burocrático para ser reconocidos por parte del Ministerio de Educación Boliviano está resultando largo y complicado, me cuentan que se espera conseguir la oficialidad más pronto que tarde. De momento, el financiamiento de la escuela trata de sostenerse con escasas donaciones de particulares y las aportaciones mensuales de las familias: 330 bolivianos por alumno (unos 35 dólares). Existe un sistema de becas para aquellos casos en qué haya dificultades para pagar la cuota.

La organización del espacio, el tiempo y los conocimientos

De mi paso como voluntario por la Comunidad Educativa Flor de Montaña, quisiera destacar algunas ideas o propuestas que ellos aplican y que me parecen interesantes:

Me gustó, por ejemplo, cómo se abren y se cierran las semanas en la escuela. Los lunes a primera hora se empieza siempre con una armonización: es decir, una actividad conjunta en la que todos –alumnos, profesores y, a veces, algunos padres- se toman de la mano alrededor del árbol más alto y donde alguien agradece o comparte sus deseos para los días que vienen, dando espacio a cualquier otra persona que se quiera pronunciar. Suele acompañarse, también, de un pequeño baile o canción.

Los viernes, en cambio, se concluyen las clases con la asamblea, dónde l@s niñ@s toman la iniciativa para hablar y tomar conclusiones sobre aspectos de la vida comunitaria que no están funcionando o que podrían mejorar. El control o la moderación de la reunión corresponde a uno de los cuatro grupos-clase (1º y 2º, 3º y 4º, 5º y 6º o secundaria) y va traspasándose de manera rotatoria.

Cada miércoles durante el tiempo de recreo tiene lugar el apthapi (compartir en quechua), donde cada niñ@ lleva alguna fruta o alimento natural/artesanal en cantidad suficiente para después ponerlo todo en común y comer juntos. Vinculado a este hecho está el trabajo bien logrado de inculcar hábitos para una alimentación sana, responsable. Sea el día que sea, está prohibido llevar como desayuno productos envasados o que contengan cualquier tipo de aditivo artificial. Las familias, ya de por sí bastante concientizadas sobre esta temática, colaboran de buena manera.

Un sábado o domingo al mes se organiza una minga de la cual participan los padres y madres de Flor de Montaña, aunque también asisten personas ajenas a la comunidad educativa, voluntarios de otros proyectos samaipateños, turistas… Durante los días previos, se elabora una lista de tareas que luego se ordenan según prioridad: básicamente cosas a arreglar y materiales a crear para un correcto desarrollo de la actividad pedagógica y diaria de la escuelita. Pude comprobar el compromiso de todos y el agradable ambiente de trabajo que se genera. Ya que los recursos económicos de la escuela son escasos, se apuesta básicamente para el uso de material reciclable. ¡Cuántas cosas se pueden llegar a construir con un simple palé!

La flexibilidad del horario semanal. Si bien se mantienen las tres áreas que actualmente son pilares fundamentales (lenguaje, matemáticas y ciencias de la vida), también se genera un espacio para aprender otros idiomas, música, artes, actividades curativas, agroecológicas, técnicoproductivas…
Recuerdo un día en el que llegaron a la escuela unos mochileros que viajaban con sus títeres ofreciendo una pequeña muestra de sus habilidades. Rápidamente se generó el espacio para que ellos pudieran aportar su granito de arena.

Ya de una forma más organizada y programada, el horario da cabida, además, a actividades poco habituales en el ámbito escolar como puede ser el caso del Feng Shui, el Tai Chi o el ajedrez. Igualmente, hay talleres de cerámica y de manualidades desde donde se cuida especialmente la dimensión artística de los alumnos.

Armonización, cada lunes en la mañana

Armonización, cada lunes en la mañana

Y más allá de todo esto, la capacidad de sacar provecho de cualquier habilidad o conocimiento que alguien del entorno pueda ofrecer (acrobacias, clases de guitarra, violín, permacultura, energías renovables, diferentes tipos de meditación, etc.) para el beneficio de l@s niñ@s.

Mención aparte merece el sistema de avaluación. Consta, básicamente, de dos momentos: el primero, muy interesante, es una carta del profesor dirigida al alumno, donde le comenta como le ha visto, cómo valora su actitud, su rendimiento durante cada uno de los cuatro bimestres; el segundo, tal y como establece la Ley 070 Avelino Siñani, consiste en un puntaje sobre cien basado en cuatro dimensiones: SER (20 puntos), SABER (30), HACER (30) y DECIDIR (20).

El Ser hace referencia a las actitudes, los sentimientos y pensamientos, las prácticas de unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad, solidaridad y respeto, así como al desarrollo de la identidad personal. El Saber alude, evidentemente, a los saberes y los conocimientos, a su aplicación con capacidad crítica, reflexiva. El Hacer habla de las habilidades y destrezas, de la capacidad creativa, investigativa, de la curiosidad. Finalmente, el Decidir tiene relación con la toma de decisiones con sentido comunitario, con la capacidad de organizarse estableciendo consensos, la responsabilidad sobre las acciones propias, la capacidad crítica y la iniciativa individual.

Leyendo detenidamente las hojas donde se recoge el planteamiento filosófico de la escuela, encuentro unas líneas reveladoras:

“Cada ser lleva en sí mismo la consciencia de su propósito y realización, es así que toda educación es autoeducación; en el fondo, nosotros (los adultos), somos solamente el entorno del niño que se educa a sí mismo”.

Y un poco más adelante:

“Conscientes de la corta duración de la niñez y la primera juventud, evitamos extendernos en profundizar en saberes y actividades que no tendrán mayor sentido a lo largo de sus vidas”.

Sigo con la lectura y al final del texto hay una lista larga de palabras en negrita que, según ellos, son temas clave para entender la actualidad. Entre ellas podemos encontrar la física cuántica, el aura, el holograma cósmico, la geometría sagrada, la medicina bioenergética, los chacras, la percepción extrasensorial, las enfermedades y su relación emocional, la vida fuera de la Tierra, vidas pasadas o los actos de nuestros ancestros y sus consecuencias.

Taller de cerámica

Taller de cerámica

Palabras finales

Tratando de concluir, pienso que la Comunidad Educativa Flor de Montaña es, sin duda alguna, un proyecto joven en fase experimental, buscando qué metodologías le convienen, qué principios la deben regir y qué estructura puede garantizar un funcionamiento verdaderamente comunitario. De este último punto, así como de la capacidad para insertarse en las complejas dinámicas sociales samaipateñas, intuyo que dependerá el grado de éxito de la experiencia en el futuro.

Personalmente, este mes y medio con ellos me ha servido de mucho. Sobre todo para detectar algunas de las dificultades con las que puede encontrarse un proyecto de semejantes características (diferentes a las que debe afrontar una escuela formal) y bajar así de la nube teórica e idealista, conociendo los obstáculos y los retos del trabajo diario, la gestión económica, la organización, etc.

Desde estas líneas quiero agradecer a toda la Comunidad Educativa Flor de Montaña -niños y niñas, madres y padres, equipo directivo, así como a la gente que me hospedó en su casa- la oportunidad que me han brindado de conocer de cerca una iniciativa tan linda como la que ellos están haciendo realidad. Ha sido hermoso ver la ilusión, el esfuerzo y la entrega de tantas familias para garantizar a sus hij@s una mejor educación en coherencia con sus creencias, su visión del mundo y de la vida.

Y entiendo, sinceramente, que esta predisposición a crecer –en un sentido holístico- aprendiendo a ser comunidad, es uno de los retos más necesarios para frenar el individualismo que impera en nuestras sociedades.