Argentina está repleta de experiencias de educación alternativa. Alejandro nos cuenta lo conversado en el quinto encuentro del taller de Reevo sobre las escuelas que han desafiado los moldes en Argentina.

En este quinto encuentro del taller de verano de Reevo, nos juntamos para compartir lo que pudimos averiguar y lo que ya sabíamos previamente sobre lo que llamamos “alternativas argentinas”. Es decir, aquellas experiencias diferentes a la escuela tradicional predominante, propias de Argentina, país en el que estamos realizando dicho taller.

Antes de meternos de lleno en el tema propuesto, dimos la bienvenida a dos nuevas integrantes que se sumaron al grupo. Leila y Monty se presentan y nos cuentan sobre sus aproximaciones a formas alternativas de educación y por qué han decidido acompañarnos.

Alternativas Argentinas históricas

Comenzamos con la experiencia de las hermanas Olga y Leticia Cossetini, la que toma su forma más definida durante los años ’30, y lo primero que surge es el famoso documental “La escuela de la señorita Olga”. Una de las participantes empieza a relatar cómo en dicha película los ex alumnos de la Escuela La Serena, una institución pública, recuerdan sus días de clases. Rápidamente, otros compañeros comienzan a recordar otras escenas y a hacer acotaciones.

Las hermanas Cossetini aprovechaban la ubicación de la escuela, al aire libre y alejada de la ciudad, para hacer caminatas e interactuar con la naturaleza. Escuchaban e imitaban el sonido de los pájaros y visitaban los lugares típicos del barrio. Sacaban a los alumnos a la calle y los guiaban en el aprendizaje en contacto con el afuera. Además, organizaban votaciones y realizaban actividades artísticas y manuales. La intención no era formar artistas, sino que los alumnos se apropiaran de las habilidades y predisposiciones involucradas en el quehacer artístico.

Luego, casi sin percibirlo, el grupo empezó a conversar sobre otras experiencias, deteniéndose en la de Luis Iglesias. Este maestro, perseguido por sus ideas políticas, es enviado lejos de sus pagos a la Escuela Rural Unitaria n.º 11 de Tristán Suárez. Allí se desempeñaría hasta 1957, cuando es convocado como inspector y aprovecha esta nueva etapa para dejar asentado su ideario pedagógico en tinta y papel en obras como “La escuela rural unitaria”.

Luis Iglesias se muestra como un maestro comprometido y proactivo con su trabajo. No solo pasaba a buscar a los chicos en una camioneta, sino que iba más allá. No se limitaba a imitar lo que hacían sus colegas o a disertar ciegamente sobre sus conocimientos frente a los alumnos. Al tratarse de una escuela rural, convivían niños de todas las edades en un mismo espacio. Para resolver esta situación, Iglesias diseña especialmente lo que él llamó “guiones didácticos”. Entregaba a sus alumnos, quienes se encontraban distribuidos en el aula según su grado y edad, una serie de fichas que contenían consignas que los niños debían resolver por su cuenta, recurriendo a libros, a un museo que habían construido en la escuela y otras herramientas que se ponían a su disposición. El niño toma protagonismo y va camino hacia la autonomía en el descubrimiento del saber. En este mismo sentido, daba un lugar privilegiado a su expresión y creatividad, usando para esto “cuadernillos de pensamientos propios” que el maestro después leía y compartía su opinión.

Las Escuelas Experimentales Argentinas

Si bien hicimos algunos intercambios sobre otras experiencias, el foco de interés se desvió inmediatamente cuando Estanislao, egresado de una escuela experimental, llegó para compartir su experiencia con los presentes (Pueden conocer más sobre estas escuelas en el artículo del mapa de Reevo). Desde un inicio, se dejó en claro que hay escuelas experimentales en muchas provincias de nuestro país y cada una tiene sus particularidades, coincidencias y diferencias. Antes del relato de Estanislao algunos habíamos leído una investigación realizada en CIPPEC sobre las escuelas experimentales de Ushuaia. Estanislao nos contó de su experiencia en particular en una escuela que comenzó en forma no oficial en los años ’70 pero, una década más tarde, sería reconocida y se le concedería la posibilidad de otorgar títulos y formar sus propios docentes. En efecto, son los propios graduados quienes acostumbran a tomar las vacantes.

invitado

Si tuviera que sintetizar la escuela de Estanislao en dos palabras, elegiría respeto e igualdad de condiciones. Los alumnos llevan a la escuela solamente dos cosas: guardapolvo y zapatillas “para romper”. Los útiles a emplear se los dan allí mismo y, de hecho, cada uno tiene su lápiz negro designado con su nombre en una caja. Así, cada uno asume la responsabilidad de darle el valor correspondiente. Si le diese un mal uso, no recibiría otro lápiz. Si alguien cometía una conducta impropia, era apartado de uno de los dos grupos de unos 12 estudiantes -aproximadamente- en que cada grado estaba dividido. La soledad y el aburrimiento de estar separado del grupo garantizaban su comprensión acerca de la necesidad de una buena convivencia. Los alumnos y docentes se encargaban ellos mismos de preparar la comida y de limpiar la escuela, turnándose entre todos y asumiendo así la responsabilidad de mantener las condiciones que garantizaran su propio bienestar. No estaba permitido emplear vestimentas o accesorios demasiado distintivos. Cada uno contaba con una carpeta con trabajos prácticos que debían entregar con cierto límite de tiempo y eran supervisados oportunamente para verificar que así lo hubieran hecho, quedando a cargo de su propio progreso escolar. ¡Tantas cosas nos contó Estanislao! Estas son solo algunas de las que merecen ser contadas.

Estas experiencias compartidas nos dejan un mensaje claro: ningún cambio es posible si no hay voluntad. Sin hacer radicales modificaciones estructurales, maestros como Cossetini o Iglesias consiguieron que sus alumnos disfrutaran de ir a la escuela y quisieran educarse, a diferencia de lo que suele suceder. Dejar de lado los enunciados científicos por un momento y organizarse para que todos limpien la escuela y preparen la comida: eso es educar para la vida.

Como toda experiencia, las que enumeramos son perfectibles. Tal vez, sería mejor que los alumnos pudieran elegir qué es aquello que quieren y qué no quieren estudiar. Quizás, en ciertos casos sobran arbitrariedades… Pero, sin duda, de eso se trata este camino. No existe la educación perfecta. No existe la experiencia educativa perfecta. Lo importante es escuchar a los chicos, rememorar nuestros propios recuerdos, escuchar las experiencias de otros educadores… Rescatando y descartando: viviendo, así se construye la educación viva.